Alemania Debe Perecer

Éste dinámico volumen describe un plan integral para la extinción de la Nación alemana y la erradicación total de la tierra, de toda su gente. También, está contenido dentro, un mapa que ilustra la posible disección de Alemania y el reparto de sus tierras. * * * * * A todos aquellos hombres y mujeres que preferirían morir luchando por la libertad, que permanecer vivos como esclavos; A todos aquellos hombres y mujeres que, sin miedo, dicen la verdad; tal y como conciben a la verdad; A todos aquellos hombres y mujeres que, inspirados por los esfuerzos, las esperanzas y las aspiraciones de la humanidad anteponen sus propias necesidades; Este libro está humildemente dedicado

NOTA ESPECIAL PARA EL LECTOR ALEMANIA DEBE PERECER

presenta un plan para la paz permanente y duradera entre las naciones civilizadas. Basa su tesis en la eventual derrota de Alemania por parte del Imperio Británico y sus Aliados, sin la ayuda de los Estados Unidos. Sin embargo, si las circunstancias decretasen que el público estadounidense emitiese su voto a favor de la guerra como medida de autodefensa, (y es la ferviente plegaria del autor que esto nunca suceda) sería primordial que las vidas de nuestros hijos naturales no fueran sacrifcadas en vano como lo fue la vida de sus padres hace una generación. Si nuestros soldados deben salir a matar o morir en la batalla, al menos dejen que se les de no sólo un eslogan, sino un propósito solemne y una Promesa Sagrada. ¡Que este propósito sea una Paz Duradera! Y, ésta vez, esa promesa ¡debe ser cumplida!

Acerca de Éste Libro

La actual guerra no es una guerra contra Adolf Hitler. Tampoco es una guerra contra los Nazis. Es una guerra de pueblos contra pueblos; de pueblos civilizados que visualizan la luz, contra bárbaros incivilizados que aprecian la oscuridad. De los pueblos de esas naciones que surgirán adelante con esperanza hacia una nueva y mejor fase de la vida, enfrentados contra la gente de una Nación que viajaría con entusiasmo hacia atrás a las edades oscuras. Es una lucha entre la Nación alemana y la humanidad. Hitler no es más culpable por esta guerra alemana de lo que fue el Káiser por la última. Ni Bismarck antes que el Káiser. Estos hombres no originaron ni continuaron las campañas de guerras Alemanas contra el mundo. Ellos fueron simplemente espejos refejando siglos de antigua lujuria innata de la Nación alemana por la conquista y el asesinato en masa. Esta guerra está siendo librada por el pueblo alemán. Son ellos quienes son responsables. Son ellos a quienes debe hacerse pagar por ésta guerra. De otra forma, siempre habrá una guerra alemana contra el mundo. Y con semejante espada colgando para siempre sobre las cabezas de las naciones civilizadas del mundo, no importa cuán grandes sean sus esperanzas, cuán agotadores sean sus esfuerzos, nunca lograrán crear esos frmes y sólidos cimientos que ellos deben primero establecer para la paz permanente, si alguna vez tienen la intención de comenzar a construir un mundo mejor. Porque de hecho no sólo no debe haber más guerras alemanas; incluso no debe seguir habiendo la menor posibilidad de que alguna ocurra de nuevo. El objetivo de la lucha actual debe ser un alto f inal a la agresión alemana, no un cese temporal. Esto no quiere decir un dominio armado sobre Alemania, o una paz con ajustes políticos o territoriales, o una esperanza basada en una Nación derrotada y arrepentida. Tales acuerdos no son garantías sufcientemente concluyentes de no más agresiones alemanas. Esta vez Alemania ha forzado una GUERRA TOTAL sobre el mundo. Como resultado, debe estar preparada para pagar una PENA TOTAL. Y hay una, y solamente una, tal Pena Total: ¡Alemania debe perecer para siempre! ¡En realidad, no en suposición! * * * * * Diariamente, la verdad se imprime sobre nosotros por observación, y sobre otros menos afortunados por las bombas, que la doctrina alemana de la fuerza no se basa sobre la conveniencia política o la necesidad económica. La lujuria personal por la guerra de aquellos que dirigen al pueblo alemán no es más que una parte componente de la lujuria de guerra que existe en todo el conjunto de las masas alemanas. Los líderes alemanes no están aislados de la voluntad del pueblo alemán porque, apartados de esta voluntad, no podrían surgir o existir en absoluto. Su inspiración personal, la motivación, incluso el consentimiento de sus acciones son todas y cada una proyectadas por los líderes alemanes desde lo más profundo del alma Nacional alemana. Con demasiada frecuencia, se ha afrmado que el actual impulso alemán hacia el dominio mundial es sólo el gangsterismo callejero practicado a escala Nacional organizada, derivado principalmente de las clases más bajas, las heces de Alemania. Tal afrmación no está sustentada por hechos, porque la misma lujuria, la misma fuerza bruta que los alemanes muestran hoy bajo el gobierno de los llamados “ Nazis de clase baja”, también la manifestaron en 1914, en un momento en que “las clases altas” y los “especímenes más nobles” capaces de ser producidos por la Nación alemana, los Junkers(1), gobernaban esa tierra. Y un vasto número de intelectuales alemanes, otra “clase alta” alemana, ¡se sentaron como miembros del Reichstag alemán! ¡No! El problema del Germanismo no debe ser transmitido de nuevo a la próxima generación. El mundo nunca más debe ser estirado y torturado en el potro(2) alemán. Nuestro es el problema; nuestra solución. El mundo ha aprendido, con un conocimiento nacido de tragedias demasiado numerosas, demasiado horribles para recordar, que independientemente de qué líder o clase gobierne a Alemania la guerra será librada contra él por ese país, porque la fuerza que lo obliga a la acción es una parte inseparable del alma de las masas de esa Nación. Es cierto que esa alma, en algún momento, podría haber sido formada de otra manera. Pero aquella época estuvo en el ciclo civilizador de hace mil años. Ahora es demasiado tarde.

Nosotros sabemos eso. Nuestros hombres de 1917 no lo sabían. Ellos no tenían ningún precedente en el que basar su experiencia. Nosotros no tenemos esa excusa hoy. Sus inútiles sacrifcios y sus esfuerzos vacíos deben hoy dictar nuestras propias acciones y decisiones. Nosotros estamos pagando por la falta de experiencia de la última generación al lidiar con las personas de la Nación alemana. Cuando, y si el momento llega para nosotros de tomar una decisión y acción similar, no debemos repetir su error. El costo resulta demasiado grande; no sólo para nosotros, sino para todas las generaciones futuras. Debemos darnos cuenta de que ningún líder puede gobernar Alemania en absoluto a menos que, de alguna manera, él encarne el espíritu y exprese el alma de guerra existente en la mayoría de sus gentes. La palabra “mayoría” es utilizada deliberadamente porque al hablar de las masas que componen una Nación, debe admitirse de manera imparcial que alguna fracción de la masa debe forzosamente discrepar de la misma. En consecuencia, aquí no se hace ninguna injusta afrmación de que todos en Alemania son culpables de sus infames delitos contra el mundo. De hecho deberemos, al seguir nuestro punto de vista, favorecer a Alemania permitiendo que como mucho el 20% de su población sea enteramente inocente de complicidad en sus crímenes, así como además de ser ajeno a cualquier porción de su alma de guerra. Nosotros por lo tanto concedemos, por el bien del argumento, que unos 15,000,000 de alemanes son absolutamente inocentes. PERO ̶ deberán polacos, checos, eslovacos, austriacos, noruegos, holandeses, belgas, franceses, griegos, ingleses, irlandeses, escoceses, canadienses, australianos y estadounidenses, ya que nosotros también podríamos a la larga sentir la punta de la bota alemana ̶ ¿Deberán todos estos pueblos, que suman alrededor de 300,000,000 de los más civilizados, más cultos de la tierra sufrir constantemente y enfrentarse a la muerte no natural en cada generación para que una pequeña parte de la población alemana pueda seguir existiendo? ¿Son esos 15,000,000 de alemanes tan valiosos, tan indispensables para la humanidad que 300,000,000 de hombres, mujeres y niños inocentes deberán librar una guerra con Alemania cada vez que ella así lo decrete? ¿Será el único futuro que enfrenten los pueblos civilizados luchar perpetuamente contra los alemanes? ¿Por qué criar niños mientras que Alemania engendra guerra? ¿No son los holandeses un pueblo sobrio y prospero? ¿No son los franceses cultos? ¿No son los checos industriosos? ¿No están los polacos profundamente apegados a la tierra, la familia y Dios? ¿No son los escandinavos un pueblo decente? ¿No son los griegos valientes y audaces? ¿Acaso los ingleses, irlandeses, escoceses y estadounidenses no son personas progresistas y amantes de la libertad? Y en una muy simple aritmética, ¿no son estos 300,000,000 más que 15,000,000 de alemanes? Si la democracia, como los estadounidenses lo saben, es un gobierno mayoritario en un sentido nacional, también debe serlo en un sentido internacional. El mayor bien para el mayor número es la regla de oro de la democracia; luchar por la democracia mundial es garantizar los derechos de la mayoría de los pueblos democráticos contra las incursiones hechas sobre ellos por una minoría autocrática. Si esto no es así, ¿por qué reclutar un vasto ejército para la defensa de la democracia? ¿Por qué entrenar a los soldados estadounidenses para asesinar a un enemigo hipotético de la democracia, cuando la voluntad que engendra éste enemigo se fortalece y crece con cada baño de sangre sucesivo?

En 1917, los soldados estadounidenses, como los de cualquier otra Nación importante, fueron obligados a asesinar por millones. ¿Para qué? ¿Supongamos que nos vemos obligados a matar de nuevo? Porque las guerras sólo se ganan asesinando, no muriendo. ¿Una vez más para qué? ¿Otra traición? ¿Traicionar a nuestros soldados se va a convertir en un hábito Nacional? Porque es bastante evidente, que luchar una vez más en la defensa democrática contra Alemania con cualquier objetivo en vista, salvo la extinción de ese país, constituye, aunque pierda la guerra, una victoria alemana. Luchar para ganar, y no para acabar esta vez con el Germanismo para siempre exterminando por completo a aquellas personas que esparcieron su doctrina, es preconizar el estallido de otra guerra alemana dentro de una generación. Déjennos pues advertir, porque no es ilógico suponer que algún día el soldado pueda emerger de debajo de la pesada capa del “deber” y llegar, como capital laboral y civil, a exigir “derechos”. No debe ser irracional conjeturar que un soldado también debe tener derechos, así como también deberes. Ciertamente, un hombre forzado contra su instinto de matar tiene derechos; tal vez no los derechos de salarios y horarios, ni los derechos a utilidades, ni el derecho de hablar sin restricción contra sus superiores, lo que en un sentido militar presagia una catástrofe. No, ninguno de estos; sólo algunos derechos simples, tres de los cuales aparecerían como su deber incontestable de exigir: uno, que se le suministre adecuadamente con las armas apropiadas en cantidades sufcientes para que haya un mínimo de desperdicio ligado a su capacidad de “matar”, ̶ en segundo lugar, que no sea traicionado por los quintacolumnistas(3) quienes deben, en tiempo de guerra, ser despachados sumariamente, por encarcelamiento o ejecución, y por último, de la mayor importancia, que reciba una declaración definitiva de su gobierno garantizándole de una vez por todas que éste macabro, horrible asunto de matar alemanes es para un fin; para que su hijo pueda conocer la paz sin tener que matar por ella. Si tal garantía no se le concediera antes de su lucha, o no se la mantuviera después de su lucha, como no lo fue la última vez (aunque los generales sabían, entre ellos nuestro propio Pershing(4), que Alemania en aquel momento debería haber sido inalterablemente extinguida) ¿No puede entonces tomar tal acción por sus propias manos? Concediendo que los obreros tienen derecho a huelga cuando se violan sus derechos, concediendo que el capital se retiene de circulación cuando se considera que su uso no es rentable, concediendo que el civil se sienta tiranizado cuando se ponen en peligro sus libertades civiles, ¿Qué curso no puede tomar el soldado una vez que se dio cuenta de que ha sido engañado, repetidamente, por aquellos por quienes mató? Cuando llegue el día del ajuste de cuentas con Alemania, como llegará, sólo habrá una respuesta obvia. ¡Ningún estadista, político o líder responsable de los acuerdos de posguerra tendrá derecho a disfrutar de darse el lujo personal del falso sentimiento y la mojigatería superfcial y declarar que Alemania, engañada por sus líderes, merecerá el derecho de resurrección! No se le permitirá, esta vez, olvidar tan fácilmente a los bombardeados, a los millones de mujeres y niños sepultados bajo escombros que vivieron un inferno en la tierra; los acribillados, los cuerpos de soldados aplastados por tanques; los muchos países cuyas energías fueron minadas y sus recursos agotados. ¡Y, sobre todo, no se le permitirá ignorar los sacrifcios desinteresados hechos por la gente común para que la bestia que es Alemania nunca vuelva a vagar por la tierra! Es una obligación categórica que el mundo le debe a los que lucharon y murieron ayer contra el alemán, y para aquellos que están luchando contra él hoy, así como es una obligación ineludible para la generación actual con aquellos que aún no han nacido, asegurarse de que los perversos colmillos de la serpiente alemana nunca volverán a atacar. Y ya que el veneno de esos colmillos se obtiene de su fatal ponzoña, no desde dentro del cuerpo, sino desde el alma de guerra del alemán, nada más garantizará la seguridad y salvaguarda de la humanidad, al menos que esa alma de guerra sea expurgada para siempre, y el cadáver enfermo que lo alberga sea removido de este mundo para siempre. Ya no hay ninguna alternativa: ¡Alemania Debe Perecer! Esta guerra, con sus angustiosas miserias, sus indescriptibles devastaciones alemanas, sus indecibles atrocidades alemanas, es nacida del alma guerrera de aquellos bárbaros de quienes Maquiavelo, escribiendo hace más de cuatrocientos años, observó: “Las ciudades alemanas tienen poco o ningún valor en cualquier cosa, a excepción de armar almacenes militares y hacer mejores sus fortificaciones.. en vacaciones en lugar de otras diversiones, a los alemanes se les enseña el uso de armas.

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