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El HOLOCAUSTO AL BANQUILLO «JÜRGEN GRAF» – PRIMERA PARTE.

“Y cuando todos los demás aceptaran la mentira dictada por el partido cuando todas las declaraciones fueran iguales, entonces la mentira entraría en la Historia y se convertiría en verdad.” (George Orwell, en su libro 1984)

Introducción / Artur Karl Vogt

El presente libro es una condensación del trabajo de fondo, mucho más extensivo, próximo a aparecer del mismo autor. Trata sobre los actos violentos nacionalsocialistas y sus repercusiones.

Pero sobre todos los demás crímenes nazis es el Holocausto, el genocidio del pueblo judío, el que ha conmovido en mayor medida la conciencia de la humanidad. Para la generación actual es incomprensible que el mundo de aquella época haya contemplado en silencio, convirtiéndose así en cómplice.

La real extensión de los horrorosos crímenes salió a la luz sólo con los procesos por crímenes de guerra.

Las declaraciones de testigos y las confesiones de los hechores revelaron un escenario de horror, que estremeció a la humanidad.

El resultado final de las indagaciones procesales y rendición de pruebas fue tan inequívoco, que hoy los tribunales alemanes se niegan categóricamente a reconocer las pruebas de la inexistencia de las cámaras de gas a causa de la notoriedad pública de los hechos. El Holocausto ha teñido moral y políticamente la época de post-guerra; se lo enseña en todos los textos escolares como un hecho irrefutable. Millones de individuos peregrinan hasta los monumentos (Auschwitz, Dachau, etc.), para expresar su congoja. No obstante cada vez hay más voces que manifiestan dudas sobre la versión histórica oficial y cuestionan la confiabilidad de las fuentes utilizadas.

¿Es posible que se hayan pasado cosas por alto en lo que se refiere al Holocausto? ¿Es posible que quienes se han ocupado del tema se hayan dejado influir hasta tal punto por la notoriedad pública de los hechos, que se hayan abstenido de cotejar debidamente lo que en los textos de Historia se asienta graníticamente como verdadero por toda la eternidad? ¿Son todavía posibles las dudas? ¿Son algo así como una ofensa al sentido común normal? Debería ser muy fácil refutar los argumentos de los cuestionadores en vista de las innumerables pruebas.

¿Por qué se rehúye un debate público sobre el Holocausto con los revisionistas, igual que el diablo huye del agua bendita? Algunos Estados han aprobado leyes para limitar la libertad de opinión, exclusivamente en relación al Holocausto. ¿Acaso el bozal deberá remplazar de algún modo los argumentos? ¿A quién puede interesarle sacralizar como tabú el Holocausto – como suceso histórico aislado – y sustraerlo a la investigación histórica? ¿Viviremos lo suficiente para ver cómo después de decenios, o quizás siglos, se aprecien procesos históricos con la necesaria distancia emocional y una merecida precisión científica? Ejemplos no faltan. Recién en los últimos decenios se desterró al reino de las leyendas la parte romántica de la fundación de la Confederación, que nos hablaba de la toma por asalto de los fuertes y de la expulsión de los tiranos. Hoy sabemos que la visión anterior tenía el propósito de crear un mito nacional a través del adoctrinamiento de política de Estado. Gracias a un meticuloso estudio de las fuentes también la Historia más reciente es vista bajo una nueva luz.

Generales como Guisan y Wille, consejeros como Pilezgolaz, reciben nuevos veredictos. La investigación histórica obliga a un constante rejuzgamiento (revisión), de la visión de la Historia. Por los diarios de Goebbels sabemos ahora que el único incendiario del parlamento alemán fue van der Lubbe. La culpa de la matanza de 4.000 oficiales polacos en Katyn (1940), fue originalmente achacada a los nazis; hoy está probado que la orden la dio Stalin.

¡No hay tema alguno que no se pueda discutir públicamente, excepto el Holocausto! ¿Cómo sería si la investigación y discusión pública de las personas y hechos citados fueran prohibidas y castigadas severamente? ¡Cuán seria puede ser una versión de la Historia cuando futuras generaciones de historiadores recurran a trabajos históricos tendenciosos o negligentes y se los reproduzca y cite irreflexivamente! ¡Qué se puede pensar de historiadores que quisieran ocultar a la opinión pública nuevos conocimientos comprobados, por razones de pedagogía popular, sólo porque los primitivos, aunque contrarios a la verdad, sirven mejor para sustentar la resquebrajada estructura del edificio ideológico! ¿La historia adobada para mantener una visión política occidental? El autor de este libro no es un historiador profesional; él simplemente ha recopilado el material original disponible – en especial las declaraciones de testigos – y de ese modo ha llegado a conclusiones irrefutables.

Las declaraciones absurdas de los testigos contradicen las leyes de la naturaleza y la lógica humana. Si se creen las descripciones de los testigos, el Holocausto se convierte en un milagro, pues las leyes de la física, la química y de la tecnología quedarían desahuciadas.

¿Puede entonces convertirse este milagro en dogma y rescatarlo contra toda crítica? En el proyecto de la ley contra el racismo, que el Consejo Federal sometió al parlamento ¡cualquier crítica al Holocausto se castiga con multa o cárcel! ¿Pueden censurarse nuestros pensamientos y perseguirse a los que piensan distinto a causa de su opinión equivocada? ¿Deseamos crear una Inquisición para cazar hechiceros, siguiendo el ejemplo de los fundamentalistas islámicos que han puesto pecio a la cabeza de Salman Rushdie? ¡Saludos a Orwell! Lea críticamente este bien documentado libro, a fin de que pueda formarse su propia opinión.

Escriba al autor, si tiene preguntas o alcances que hacer; él se complacerá ante un diálogo constructivo.

Navidad de 1992 Artur Karl Vogt

El único tabú

En una sociedad pluralista la redacción de la Historia no es la sirvienta de la política; la libre investigación está tan garantizada como la libertad de opinión.

Consecuentemente nuestra visión de épocas pasadas está siempre cambiando. Nuevos descubrimientos históricos nos obligan con regularidad, a revisar nuestras convicciones.

Asimismo es lícito embestir contra errores históricos con la ayuda de las ciencias exactas.

Hasta no hace mucho se daba por hecho en Suiza, que luego del Juramento de Rütli en 1291 se lanzó la Burgenbruch, campaña de destrucción de las fortalezas de los Habsburgos. Excavaciones recientes han demostrado que los fuertes se entregaron sin pelear tanto, mucho antes, como también después de 1291, por lo que la Burgenbruch es solamente un mito (Véase a W. Meyer: 1291, la historia)

No hemos sabido que los historiadores que dirigieron las excavaciones hayan sido arrastrados ante el cadí acusados de injurias a los ancestros.

Millones de peregrinos temerosos de Dios han contemplado atónitos el Santo Sudario en Turín, antes que investigaciones en laboratorios especializados revelaron que el paño provenía de la Edad Media. Hasta donde sabemos el Papa no ha excomulgado a los científicos encargados de las investigaciones.

Para un único período el principio de la libertad de investigación en la sociedad democrática occidental no se aplica. Quien ponga en duda la concepción vigente de ese período, arriesga sanciones jurídicas y su proscripción social así como la eliminación de su existencia profesional. Para ese lapso el dogma impuesto por el Estado suplanta al pensamiento crítico y la investigación libre; el uso de métodos científicos es entonces pecado. Se trata de los años de 1941 a 1944.

Los revisionistas

Víctimas de la mencionada represión y de la proscripción social son aquellos investigadores conocidos como revisionistas. En relación a la Segunda Guerra Mundial esta acepción se usa para designar a los historiadores que discuten el punto de vista corriente sobre la culpa única o principal de Alemania y Japón en ese conflicto, y en sentido más restringido a los que cuestionan el Holocausto, es decir, la eliminación sistemática de los judíos bajo Hitler, así como la existencia de cámaras de gas en los campos de concentración nazis (Es importante destacar que la palabra Holocausto deriva de la palabra griega para el sacrificio por el fuego y que se ha introducido en la lengua alemana tras la exhibición del film novelesco yanqui del mismo nombre. Bajo cámaras de gas entenderemos en adelante solamente aquellas destinadas a la eliminación de personas, no las de desinfección, cuya existencia nadie niega. En la presente obra, que de modo alguno cuestiona el asunto de la culpabilidad de la guerra, la expresión revisionismo tiene siempre el significado de revisionismo del Holocausto.)

Fundador del revisionismo fue el francés Paul Rassinier, socialista, miembro de la resistencia y detenido en los campos de concentración de Buchenwald y Dora-Mittelbau.

Después de su liberación Rassinier escribió el libro La mentira de Ulises, en el cual se enfrenta críticamente a los relatos de otros ex-reclusos de campos de concentración. El título proviene del incurable mentiroso Odiseo, el que a las cien penurias que realmente sufrió agregó otras mil inventadas, y se aprovechó del gusto por la fábula de los humanos.

A pesar de que al escribir La mentira de Ulises Rassinier pudiera aceptar que las cámaras de gas hubiesen aparentemente existido, ya que donde hay humo hay fuego, a lo largo de sus extensas investigaciones fue convenciéndose cada vez más que los tales gaseamientos, o bien no existieron jamás o en todo caso habrían sido la acción de uno que otro loco. Rassinier murió en 1967. Sus seguidores, los revisionistas, hoy son todavía una pequeña minoría, sin embargo van ganando fuerza y desde 1988 cuentan con el británico David Irving, para sus compatriotas el mejor conocedor de Hitler y del III Reich.

¿Son humanamente posibles las dudas sobre el Holocausto?

Prácticamente todo el mundo cree en el asesinato de millones de judíos bajo Hitler y en las cámaras de gas nazis. Miles de libros y cientos de miles de artículos periodísticos tratan sobre el Holocausto, y más aún incontables películas. Y no basta todavía con eso: ¡unos cuantos actores directos han reconocido en sus juicios la existencia de las cámaras de gas! ¿Cómo pueden abrigarse dudas ante estas pruebas aplastantes? Con permiso: por este camino puede también probarse que existen las brujas. Por siglos Europa creyó en las brujas. Gruesos textos, escritos por señores eruditos, colocaban a las malvadas prácticas de las brujas en la picota. Finalmente incontables brujas confesaron ante sus jueces que durante la Noche de Walpurgis volaban con sus escobas por los aires y copulaban en la cumbre más alta del Harz. En consecuencia las brujas existen. ¿Es verdaderamente seguro que en el trascurso de algunos siglos el hombre se haya hecho más inteligente? ¿No creeríamos todos, o casi todos, en brujas si de niños viniéramos escuchando historias terroríficas sobre brujas y los medios de prensa nos informaran día a día sobre sus horribles prácticas?

Cómo reaccionan los historiadores del sistema ante el revisionismo?

Quien no se ocupe en forma especial del destino de los judíos en el III Reich y los campos de concentración alemanes quizás gustaría de poder presenciar un debate entre un revisionista y un exterminacionista (así llaman los revisionistas a quienes defienden la teoría del genocidio) Lástima que no tenga la más mínima posibilidad de lograrlo, porque los exterminacionistas no están dispuestos a tal debate. Mientras los revisionistas dedican la mayor parte de su tiempo a leer y verificar las tesis de su contraparte, los historiadores ortodoxos se conforman con una batería de frases hechas y andanadas descalificatorias. He aquí algunos de sus argumentos estándar:

1) “El Holocausto es un hecho establecido” (que el sol giraba alrededor de la Tierra fue un hecho establecido por miles de años)

2) “Quien ponga en duda las cámaras de gas ofende a las víctimas de la dictadura parda” (¿hacemos un honor a los 32.000 seres que encontraron la muerte en el campo de Dachau, si elevamos su cantidad a 238.000, como sucedió ya en los primeros años de la post-guerra?)

3) “Los revisionistas son antisemitas y nazis” (¿era nazi el socialista y ex-recluso Rassinier? se reconoce abiertamente que entre los revisionistas hay unos pocos que se declaran partidarios del nacionalsocialismo. Pero dos más dos son cuatro, incluso cuando es un nazi quien lo dice)

4) “Los revisionistas son como esas personas que aseguran que la Tierra es plana. Con ellos no hay discusión posible” (de hecho hay personas que creen que la Tierra es plana) No obstante, muy excepcionalmente, podría alguien atacarlas; a nadie se le ocurre llevarlas ante los tribunales. Nadie los toma en serio, se les toma por excéntricos inofensivos. Pero los revisionistas no son considerados excéntricos inofensivos, sino por el contrario, se les toma mortalmente en serio. De otro modo ¿por qué se aprueban leyes especiales contra ellos?

Represión en lugar de diálogo

En 1990 fue votada en Francia la ley Gayssot que castiga con un año de cárcel a quien dude del genocidio judío. Una ley similar, promulgada en Austria en 1992, considera hasta diez años de cárcel para el delito de negar el Holocausto. En otros países, los que detentan el poder, se sirven de párrafos elásticos como subversión popular o injuria a la memoria de los muertos. Un párrafo elástico por el estilo sería introducido también por el Consejo Federal de Suiza.

Libros y revistas revisionistas están prohibidos en varios Estados.

El politólogo alemán Udo Walendy, editor de la revista Historische Tatsachen, debe librar una incesante batalla de trincheras con la censura, la cual, de acuerdo a la constitución, no existe en absoluto.

Al juez Wilhelm Stäglich, autor del libro El mito de Auschwitz, se le redujo su pensión y se le despojó de su título de doctor; para ello se recurrió deliberadamente a una ley firmada personalmente por Hitler en el año 1939, que permitía la caducidad de distinciones académicas.

Robert Faurisson, junto con el máximo pensador revisionista estadounidense, Arthur Butz, es calumniado sin descanso desde 1979. Perdió su puesto como catedrático de Literatura y Crítica de Textos en la Universidad de Lyon, porque la universidad, supuestamente, no podía garantizar su seguridad personal; los medios lo cubren de basura y se niegan a publicar sus desmentidos; los tribunales lo condenan a pagar elevadas multas, que debieran llevarlo a la ruina; su familia vive en constante sobresalto.

En 1989 mostraron los anti-fascistas de qué argumentos contundentes disponían. Tres matones del grupo Hijos de la Memoria Judía asaltaron a Faurisson durante una caminata y lo dejaron medio muerto a golpes. En todo caso logró sobrevivir, al contrario del profesor de Historia francés François Duprat, quien fue despedazado entre las llamas de un auto-bomba. Represión y terror físico que llega al asesinato, en lugar de diálogo, prohibición estatal de toda discusión pública, esto debiera llevarnos a desconfiar. ¿Por qué las cámaras de gas son defendidas con rabia ratonil por el establishment del mundo libre? ¿Pertenecen de algún modo a la herencia de una humanidad que construyó las pirámides, o la Basílica de San Pedro? ¿Acaso el mundo ya no será tan bello si no hubo cámaras de gas en Auschwitz, donde 1 millón de judíos, hombres, mujeres y niños indefensos fueron envenenados como bichos con ácido sulfúrico? ¿Qué clase de verdad histórica es esa que debe ser protegida con leyes condenatorias?

¿Por qué los exterminacionistas rehúyen el diálogo?

Es fácil de imaginar la causa para que el debate no llegue a realizarse. Desde que el experto en Holocausto Wolfgang Scheffler se enredó en una discusión televisiva con Robert Faurisson, en Tessin, durante 1979, y llegó a sufrir una hemorragia nasal, ningún exterminacionista desea ya arriesgarse a un bochorno semejante.

Los historiadores del establishment tienen muy claro que en tal debate no tienen ni una pizca de chances de ganar. La tesis, creída prácticamente por todo el mundo tras un incesante lavado de cerebro, de que los alemanes habrían gaseado a millones de judíos durante el III Reich, al inspeccionarla más de cerca se revela como el desvarío de un cerebro calenturiento, en cuanto es una imposibilidad defenderla frente a alguno de sus detractores familiarizado con los hechos reales.

Debería preguntarse ahora por qué la mentira se mantiene a pie firme y por qué apenas unos pocos saben algo de los revisionistas y de sus argumentos. La razón es la siguiente: la difusión de los descubrimientos es impedida por la más perfecta censura que haya jamás existido en la Historia, aquella censura de la cual prácticamente nadie llega a enterarse. A quién sirve esta censura, cómo se la aplica, por qué en nuestra sociedad supuestamente libre de tabúes existe un tabú, el del Holocausto, a qué se debe que hoy podamos dudar de todo y de todos, hasta del mismísimo Padre Eterno, su hijo Jesucristo y del Espíritu Santo, pero por ningún motivo de las cámaras de gas de Auschwitz y Treblinka, son temas sobre los cuales nos explayaremos más adelante.

¿Cuestionan los revisionistas la persecución de los judíos bajo Hitler?

En absoluto. A partir de 1933 los judíos fueron reprimidos y privados de sus derechos en forma creciente; fueron enviados al exilio; aquellos que a partir de 1941 se encontraban dentro de los territorios bajo dominio alemán en su mayoría fueron detenidos en campos de trabajo, encerrados en guetos, deportados a Polonia y Rusia, perdiendo sus bienes entretanto. Durante la campaña del este las Einsatzgruppen, tropas especiales, ejecutaron a muchos judíos (fijar una cifra total es algo imposible, aunque se sospecha que podría ser del orden de decenas de miles)

Estas persecuciones son hechos probados históricamente.

Por el contrario, no son hechos verídicos, sino propaganda mentirosa, todos los siguientes:

1) Que existió un plan para la eliminación física de los judíos.

2) Que existieron cámaras de gas en los campos de concentración para matar seres humanos.

3) Que bajo el gobierno de Hitler encontraran la muerte de 5 a 6 millones de judíos. Cuántos judíos murieron por la guerra y las persecuciones es hoy en día totalmente imposible de determinar, ya que no es permitido investigar libremente y ningún historiador independiente tiene acceso a los archivos alemanes, polacos, rusos e israelitas. En consecuencia hay que conformarse con aproximaciones. Rassinier opinaba que llegaría a alrededor de 1 millón la cantidad de judíos fallecidos en el radio de acción de Hitler por la guerra y las persecuciones. Otros revisionistas, como Walter Sanning, quien en su trascendental estudio demográfico La disolución de la judería europea oriental, basado casi exclusivamente en fuentes judías y aliadas, llegan a diversas cifras mucho menores.

Varios cientos de miles, posiblemente hasta cerca del millón de judíos murieron en guetos y campos principalmente a causa de epidemias y extenuación, por acciones de guerra y crímenes de guerra – como la destrucción del gueto de Varsovia o a manos de las Einsatzgruppen -, o cayeron víctimas de pogromos. Todo esto es suficientemente grave, y no existe la más mínima razón moral para sextuplicar o más la cifra de víctimas e inventar cámaras de gas.

¿Qué entendían los nazis como solución final de la cuestión judía?

Al tomar Hitler el poder en 1933, todos sabían que un furibundo antisemita quedaba al mando. Párrafos de odio contra los judíos comportan una apreciable parte del libro de Hitler, Mi lucha, y por disposición del programa del partido nacionalsocialista alemán de los trabajadores ningún judío podía ser ciudadano alemán. Las múltiples triquiñuelas a las que se vieron expuestos los judíos desde 1933 tenían por fin empujarlos al exilio. Para fomentar la salida de los judíos cooperaron estrechamente los nacionalsocialistas con los círculos sionistas, quienes estaban muy interesados en el máximo asentamiento de judíos en Palestina (sobre este trabajo conjunto silenciado férreamente hoy en día informa algo Heinz Höhne en su obra modelo sobre las SS: La Orden bajo la calavera) Aún antes que Hitler pusiera en efecto una sola ley anti-judía, desataron las organizaciones sionistas en los Estados Unidos, Inglaterra y otros países una descomunal campaña de boicot, la cual provocó enormes pérdidas económicas a Alemania. Dado que los nazis no podían echar mano de los responsables directos, descargaron su furia en contra de los judíos locales. La meta de los sionistas era forzar a Hitler a aprobar medidas de represión cada vez más severas contra los judíos a fin de acelerar la emigración de judíos desde Alemania hacia Palestina. Hasta 1941, cuando la emigración fue prohibida (la prohibición por lo demás no fue introducida como consecuencia), 2/3 tercios de la judería en Alemania había abandonado el Reich; permanecieron en su mayoría los de más edad. También los judíos de Austria en su mayoría abandonaron el país después del Anschluss (anexión), así como una parte considerable de los judíos checos después de la división de Checoslovaquia en 1939. Empezada la Segunda Guerra Mundial, el Plan Madagascar, que pretendía crear un Estado judío en la isla de Madagascar, pareció acercarse al campo de lo posible. Sin embargo Pétain no deseaba abandonar la isla y los británicos controlaban su acceso por mar. Por ello se sopesó la creación de un espacio de asentamiento judío en el este. En 1941 comenzaron las deportaciones en masa; cientos de miles de judíos fueron detenidos en campos de trabajo o enviados a Rusia (como estación de tránsito se usó a Polonia) Esta política tuvo las siguientes consecuencias:

1) Los alemanes necesitaban fuerzas de trabajo en forma urgente, ahora que los hombres capacitados estaban en el frente.

2) Los judíos representaban un riesgo para la seguridad interna, ya que indudablemente estaban todos de parte de los aliados.

3) La guerra brindaba a los nazis una preciosa oportunidad para intentar la solución final del problema judío.

Que los nacionalsocialistas bajo esta solución final no entendían la eliminación física de los judíos, sino sólo su asentamiento en el este se desprende claramente de sus propios documentos. Así Göring escribía a Heydrich el 31 de julio de 1941: “En complementación de la tarea que se le asignó con vigencia al 24 de enero de 1939, es decir, encontrar la mejor solución, de acuerdo a las condiciones actuales, al problema judío en la forma de su emigración o evacuación, yo le comisiono por la presente para que disponga todos los preparativos tanto organizacionales, como técnicos y materiales para la solución definitiva del problema judío en el territorio europeo bajo dominio alemán… Le comisiono además para presentarme a la mayor brevedad un proyecto general de medidas previas tanto de organización como técnicas y materiales para la ejecución de la solución final del problema judío que buscamos.” (citado por Raul Hilberg en La eliminación de los judíos europeos, editorial de libros de bolsillo Fischer, 1990, pág. 420)

En la conferencia berlinesa de Wannsee el 20 de enero de 1942, durante la cual la leyenda pretende que se decidió la eliminación física de los judíos, se habló en realidad, de hecho, sobre su asentamiento exterior, como se puede ver claramente en el acta (la autenticidad del documento es cuestionada, por lo demás, por revisionistas tales como Stäglich y Walendy) Y uno de los participantes en esa conferencia, Martin Luther, del ministerio de Exterior, escribió en un memorándum del 21 de agosto de 1942: “El principio básico de la política alemana respecto de los judíos, luego del ascenso al poder, fue promover por todos los medios la emigración judía… La actual guerra brinda a Alemania la oportunidad, y más bien el deber, de solucionar el problema judío en Europa… A causa de… la instrucción del Führer ya mencionada se empezó la evacuación de los judíos de Alemania. Era de suponer, que incluso los habitantes judíos de esos países captaran que se habían tomado asimismo medidas judías… El número de judíos desplazados hacia el este por estos medios no alcanzaba a cubrir las necesidades de mano de obra.” (Documento de Núremberg NG-2586)

Los historiadores ortodoxos se valen ahora de la risible explicación que evacuación, asentamiento y emigración serían sólo palabras clave para gaseamiento. De verdad, en el hecho fueron enviados mucho más de 1 millón de judíos a Rusia, tal cual lo sostienen los documentos alemanes. A falta de documentación escrita sobre la eliminación de los judíos y de las cámaras de gas los señores exterminacionistas se ven obligados a interpretar los documentos incorporándoles cosas que jamás estuvieron allí hasta ese preciso momento.

Los campos de concentración

Apenas dos meses después del ascenso de Hitler al poder se levantó en Dachau el primer campo de concentración; otros le siguieron. Antes de la guerra no se le asignó ninguna significación económica a los campos. Servían para aislar a aquellas personas que podían entrañar algún peligro para el gobierno nacionalsocialista. Entre las diferentes categorías de detenidos estaban los políticos (rojos), los criminales (verdes), además los asociales o negros (mendigos, vagos, rameras, etc.), los predicadores (miembros de sectas que eludían el servicio militar), y los homosexuales. Hasta 1938 los judíos eran confinados en estos lugares sólo cuando pertenecían a alguno de estos grupos.

En noviembre de 1938, tras el asesinato de un diplomático en París y de la tristemente célebre Noche de los Cristales por primera vez los judíos fueron encerrados masivamente sólo por serlo; pero en verdad los casi 30.000 internados pronto fueron liberados casi en su totalidad.

Antes de la guerra oscilaba la cantidad de reclusos (¡criminales incluidos!), entre algunos miles y algunas decenas de miles.

Iniciada la guerra brotaron como callampas nuevos campos en la Europa ocupada, desde Struthof-Natzweiler, en Alsacia, hasta Majdanek, en la gobernación general, es decir, la Polonia ocupada. En total hubo finalmente catorce campos mayores y una variedad de campos menores. Adicionalmente había alrededor de quinientos campos de trabajo (Arbeitslager), cada uno con algunos cientos hasta poco más de mil reclusos.

Estos campos de trabajo eran anexos a plantas industriales; los trabajadores forzados eran proporcionados a éstos por los campos de concentración. Los internos fallecidos en los campos de trabajo eran consignados en las estadísticas del campo de concentración del cual provenían. Estos campos jugaron un papel relevante en la industria de guerra. En Auschwitz, el más grande de los campos de concentración, se fabricaba buna – caucho sintético -, usada en la fabricación de neumáticos y, por lo tanto, de gran importancia bélica. En el especialmente temido campo de concentración Dora-Mittelbau, a causa de las inhumanas condiciones de trabajo, se construían los cohetes, con los que Hitler esperaba dar un vuelco a la guerra en 1944.

El maltrato de los detenidos no era una política de Estado, pues al régimen le interesaba contar con trabajadores lo más sanos posible. A pesar de eso siempre se caía en excesos y crueldades. Cada reglamento vale tanto como los que deben aplicarlo, y realmente no era la elite de la sociedad la que se presentaba para servir en los campos de concentración. En muchos campos las peores brutalidades no fueron en modo alguno protagonizadas por los SS, sino por los delincuentes, que aterrorizaban de lo lindo a los políticos. Records de inhumanidad se batieron en el Mauthausen austríaco.

Contra los jefes SS se procedió oportunamente con gran severidad. Karl Koch, comandante de Buchenwald, fue llevado al paredón por corrupción y asesinato; Hermann Florstedt, el tan mal afamado comandante de Majdanek fue colgado por los mismos presos. Entre el 1 de julio de 1942 y el 30 de junio de 1943 murieron, como se desprende claramente de una estadística preparada para Himmler por el General SS Oswald Pohl, 110.812 presos. El que los campos no se vaciaran se debía a que los egresos eran remplazados por nuevos ingresos. En agosto de 1943 la cifra total de reclusos en campos de concentración ascendía a 224.000, un año más tarde eran 524.000 (sin considerar los campos de tránsito)

La mayoría de los fallecimientos se debieron a epidemias.

Especialmente temida era la fiebre tifoidea, una variante del tifus, que es transmitida por los piojos. Para combatirla se utilizó, entre otros, el insecticida llamado Zyklon-B, el cual los chamanes del Holocausto transformaron más tarde en una herramienta de exterminio humano.

Dejando de lado los caóticos meses del fin de la guerra, la peor época en los campos fueron el verano y otoño de 1942. En ese lapso murieron mensualmente en Auschwitz, en promedio, más de trescientos internos al día de fiebre tifoidea. La plaga buscaba también entre el personal de la SS a sus víctimas. Dentro del complejo de Auschwitz se produjo la mayor cantidad de muertes en Birkenau, ubicado a unos 3 kilómetros del campo principal y que había asumido la función de un campo para enfermos. Durante ese tiempo murieron en Birkenau más internos que en todos los demás campos juntos. En este campo de la muerte de Birkenau, donde aparentemente perecieron 100.000 a 120.000 detenidos, mayoritariamente por enfermedad (¡había también ajusticiamientos y asesinatos!), llegó a ser un campo de exterminio para la leyenda, donde según cada historiador fueron asesinadas de 1 a 4 millones de personas. Para la incineración de las víctimas de la plaga se construyeron hornos crematorios, y para ubicarlos se construyeron depósitos de cadáveres y bodegas, de los cuales los mitólogos del genocidio hicieron más tarde cámaras de gas. También de las duchas hicieron cámaras de gas en parte. Y de la selección de los capacitados y no capacitados para trabajar hicieron las selecciones para la cámara de gas.

De este modo nació la más monstruosa mentira de este siglo, la mentira de Auschwitz.

La peor de las catástrofes se desató en los crueles últimos meses de guerra. A medida que ingleses y estadounidenses liberaban campo tras campo en 1945, se encontraban con miles de cadáveres sin enterrar, así como decenas de miles de presos casi muertos de hambre. Sus fotos recorrieron el mundo como pruebas de un asesinato masivo sin parangón. En realidad la mortandad no tenía nada que ver con una política consciente de exterminio. Esto se deduce fácilmente de las cifras de muertes para cada campo; a continuación las cifras para Dachau (fuente: Paul Berben: Dachau 1933-1945: la historia oficial, The Norfolk Press, 1975):

1940: 1.515 muertos.

1941: 2.576 muertos.

1942: 2.470 muertos.

1943: 1.100 muertos.

1944: 4.794 muertos.

1945: 15.384 muertos.

En los últimos cuatro meses, durante toda la existencia del campo, murieron entonces más internos que en todos los demás años de guerra juntos. Incluso después de la liberación por los yanquis murieron unos 2.000 reclusos por debilidad; y 1.588 murieron en los primeros diecisiete días de mayo. Las causas para esta terrible mortandad fueron las siguientes:

1) En lugar de sencillamente abandonar a los presos en los campos orientales a las tropas rusas que avanzaban, los nazis los evacuaron hacia el oeste. Como la mayor parte de las vías férreas habían sido bombardeadas, decenas de miles fueron conducidos en caminatas de semanas a través del hielo y la nieve al interior de Alemania; una buena parte ya no sobrevivió la guerra. Y en los campos que recibieron a los evacuados no había dormitorios, ni letrinas, ni comida, ni medicamentos, ni nada. El motivo de esta alucinada política de evacuación era sencillamente que no se deseaba dejar caer en las garras de los soviéticos ni trabajadores ni soldados. A los enfermos se les permitió permanecer en Auschwitz y fueron liberados por el Ejército Rojo.

2) A partir del otoño de 1944 oleadas de millones de fugitivos se dirigían a Occidente procedentes de los territorios tomados por los soviéticos. Simultáneamente los bombardeos terroristas anglo-yanquis reducían a escombros ciudad tras ciudad y hacían desaparecer toda infraestructura. En tales condiciones murieron, aún en libertad, innumerables personas por debilitamiento y enfermedades contagiosas.

Chuck Yeager, primer piloto que cruzó la barrera del sonido, escribe en su autobiografía (Yeager: Una autobiografía, Nueva York, Bantam Books, 1985, pág. 79 y 80), que su brigada tenía instrucciones de disparar a todo lo que se moviese en una superficie de 50 kilómetros cuadrados. “Alemania no se dividía sencillamente en civiles y militares. El campesino con su huerto de papas alimentaba las tropas Alemanas.” Luego, los aliados produjeron la hambruna total con sus bombardeos terroristas, ¡para entonces acusar a los vencidos de no haber sido capaces de alimentar suficientemente a los presos en los campos de concentración! Y aún a pesar de todo eso los libertadores en campos como Bergen-Belsen, Buchenwald y Dachau, junto a las pilas de cadáveres y piltrafas humanas deambulantes, encontraron decenas de miles de presos con buena salud y relativamente bien alimentados. De los cuales se tomaron fotos que apenas habrán sido mostradas alguna vez.

Se pueden establecer paralelos históricos con los campos de concentración nazis, por la época de la Guerra Civil estadounidense. En los campos de prisioneros de los norteños Camp Douglas y Rock Island la tasa de mortalidad era del 2 al 4 % mensual. Y más al sur, en Andersonville, de 52.000 soldados norteños murieron 13.000. En la Guerra Boer los británicos internaron alrededor de 120.000 civiles así como decenas de miles de negros africanos, de los cuales murió uno de cada seis. Ni los prisioneros de la Guerra Civil yanqui ni los de la Guerra de los Boers fueron eliminados deliberadamente; casi todos sufrieron enfermedades contagiosas, las cuales no pudieron ser reducidas.

Las cifras de muertos son comparables a las de Dachau (84 % vivos y 16 % muertos), y Buchenwald (86 % vivos y 14% muertos) La Oficina de Registro Civil Especial en Arolsen (de la República Federal Alemana), registró los decesos en los campos de concentración. Este es el balance hasta fines de 1990:

Mauthausen: 78.851 muertos.

Auschwitz: 57.353 muertos.

Buchenwald: 20.686 muertos.

Dachau: 18.455 muertos.

Flossenburg: 18.334 muertos.

Stutthof: 12.628 muertos.

Gross-Rosen: 10.950 muertos.

Majdanek: 8.826 muertos.

Dora-Mittelbau: 7.467 muertos. No

Bergen-Belsen: 6.853 muertos.

Neuengamme: 5.780 muertos.

Sachsenhausen-Oranienburg: 5.013 muertos.

Natzweiler-Strutthof: 4.431 muertos.

Ravensbrück: 3.640 muertos.

En la estadística de Arolsen figura también Theresienstadt, con 29.339 muertos, pero ese no era propiamente un campo de concentración sino un gueto para judíos viejos y privilegiados.

Arolsen también menciona que la estadística es incompleta. Ya en otros registros civiles los decesos registrados no vuelven a ser citados, y en varios campos falta parte de la documentación.

Si se deseara establecer exactamente con un margen de error de un par de miles la cifra de los fallecidos en los campos de concentración, nadie estaría más capacitado que Arolsen al disponer de mucha mayor cantidad de documentos que cualquier otro registro civil del mundo. No obstante Arolsen está bajo jurisdicción del gobierno alemán, el cual teme a la verdad histórica más que el diablo al agua bendita. Por ese motivo Arolsen no permite el acceso a sus archivos a ningún investigador independiente y divulga en sus folletos arbitrariedades tan desfachatadas como que en los campos de exterminio no se encontró documentación alguna. Que tal documentación no existe porque los campos de exterminio sencillamente jamás existieron, nadie lo sabe mejor que el mismo Arolsen.

Para Dachau y Buchenwald las cifras de muertos son indiscutibles por lo que sabemos (32.000 y 33.000 respectivamente) En 1990 los rusos pusieron a disposición de la dirigencia de la Cruz Roja Internacional los registros necrológicos de Auschwitz que hasta entonces habían mantenido en secreto bajo siete llaves. Cubren, con algunas lagunas, el período de agosto de 1941 a diciembre de 1943 y contienen 74.000 nombres. Dónde se ocultan los demás registros es por supuesto algo que se desconoce. El número de víctimas de Auschwitz debería entonces bordear los 150.000. De lo expuesto hasta aquí sacamos las siguientes conclusiones:

1) Aparentemente murieron desde 1933 hasta 1945 entre 600.000 y 800.000 personas en los campos de concentración nazis.

2) Menos de la mitad eran judíos, ya que en muchos campos representaban sólo una pequeña minoría (en Auschwitz la población penal judía era al final cerca del 80 %)

3) Más que probablemente muchos más judíos encontraron la muerte fuera de los campos que dentro de ellos.

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